Bogotá, 1996. La población está asustada: el diablo viene por el eclipse lunar que se aproxima. Mila, de 13 años, siente que la mirada de los demás sobre ella es cada vez más opresiva. Se pregunta si la transformación de su cuerpo tiene algo que ver con esta profecía. Llega el temido día y la luna roja ilumina el cielo

Una Crítica Social Perdida en el Simbolismo

Mi Bestia, el debut cinematográfico de Camila Beltrán, se presenta como una exploración del miedo, el poder de la religión y los peligros ocultos en el entorno familiar, todo ello a través de los ojos de una adolescente. La película, con una fuerte carga simbólica y sobrenatural, intenta ofrecer una profunda crítica social sobre cómo las instituciones y figuras de poder, como la religión, moldean y manipulan a los jóvenes en una etapa tan vulnerable como la adolescencia. Sin embargo, a pesar de sus buenas intenciones y su potencial como relato de terror psicológico, Mi Bestia tropieza en su ejecución, quedándose atrapada en su propio simbolismo y desconectando las piezas clave de su narrativa.

La trama nos introduce en un mundo donde lo desconocido es percibido con miedo, un miedo que, tal como muestra Beltrán, se alimenta y refuerza a través de la religión. La película sugiere que en la adolescencia, una etapa en la que los jóvenes buscan respuestas y formación de identidad, la religión puede imponer creencias que generan temor y angustia hacia lo que no se comprende. Es un concepto interesante que apunta a cómo las instituciones religiosas a menudo influyen en las mentes de los más jóvenes, condicionando sus ideales en un momento crítico de su desarrollo.

Algo que me ha llamado positivamente la atención, es su enfoque con los “monstruos” que habitan entre nosotros. Este tema se personifica en la figura del novio de la madre de la protagonista, presentado como un depredador sexual. Aunque la película nunca aborda este tema de manera explícita, lo insinúa abiertamente, mostrando cómo el verdadero peligro muchas veces está más cerca de lo que imaginamos y convive con nosotros.

Uno de los mayores problemas de Mi Bestia radica en la falta de cohesión entre su trama y el simbolismo que intenta desplegar. A lo largo de la película, se siente una desconexión entre la narrativa y los elementos sobrenaturales, que parecen introducidos de manera forzada, sin integrarse de manera fluida con el desarrollo de la historia. El simbolismo, que debería reforzar el mensaje de la película, sobre el cambio, el miedo a lo desconocido, el miedo al cambio, el miedo de pasar de la adolescencia a la edad más adulta, acaba siendo un obstáculo, deriva en un final que no termina de tener sentido ni de cerrar el arco narrativo de forma coherente.

La película parece querer abarcar muchos temas a la vez: crítica social, monstruos internos y externos, el despertar sexual, el miedo a lo desconocido… pero al final, se dispersa en todas estas ideas sin llegar a profundizar en ninguna de ellas. La mezcla de realismo y elementos sobrenaturales, en teoría una fórmula potente, no consigue equilibrarse, lo que genera una desconexión entre las intenciones de la directora y la experiencia del espectador.

Mi Bestia es una película ambiciosa en su planteamiento, pero queda corta en su ejecución. A pesar de las críticas sociales que intenta abordar, como el uso manipulador de la religión en la adolescencia o el peligro de los depredadores que se esconden a simple vista, la película se pierde en su propio simbolismo, desdibujando su mensaje y dejando una sensación de desconcierto. Con un final que no ofrece una resolución clara ni coherente que no logra encontrar el equilibrio entre su narrativa y su estética simbólica.