Un virus mortal empieza a infectar a las capas más pudientes de la sociedad, liquidando a los millonarios a su paso. Poco a poco, su foco se expande hasta abarcar riquezas más modestas, lo cual obliga a todo el mundo a deshacerse de sus fortunas. El problema es que ya no queda nadie a quien venderlas.

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Después de la aclamada El Hoyo (2019), el director Galder Gaztelu-Urrutia regresa con otra demoledora crítica a la sociedad capitalista en Rich Flu, un thriller apocalíptico que sigue explorando las desigualdades sociales y la naturaleza humana en su versión más desesperada. Si bien en El Hoyo el sistema de clases se manifestaba de manera vertical, en Rich Flu el director plantea un mundo devastado por un virus que ataca a los poderosos, desatando un caos mundial que desciende a través de las escalas sociales.

El virus de la riqueza

La premisa de Rich Flu es tan original como perturbadora: una misteriosa pandemia comienza a afectar exclusivamente a las personas más ricas y poderosas del mundo. Como si la riqueza misma fuera el origen de una enfermedad, los multimillonarios se ven de repente al borde de la extinción, y la desesperación que esto provoca revela el verdadero rostro de las élites. Los ricos intentan de todo para evitar la muerte, desde vender sus bienes hasta idear fugas masivas, en un esfuerzo por mantenerse con vida, pero el virus no discrimina por métodos de evasión.

La película está dividida en dos partes claramente diferenciadas. En la primera mitad, Gaztelu-Urrutia se enfoca en las élites y su lucha desesperada por sobrevivir sin renunciar a nada. En esta fase, el tono recuerda al cine de sátira social, como en las obras de Bong Joon-ho (especialmente Parasite) o las comedias negras de Yorgos Lanthimos, donde la riqueza y el poder son puestos en el centro de una devastadora crítica. La riqueza, que siempre ha sido vista como sinónimo de poder y control, se transforma aquí en una carga mortal que los ricos no pueden soltar lo suficientemente rápido.

La crisis migratoria de la segunda parte

En la segunda mitad de la película, la narrativa cambia de enfoque. Tras el colapso de las clases altas, la película se convierte casi en una experiencia visual, escasos diálogos y un enfoque más alegórico, presentando una crisis migratoria en la que los pobres, que antes eran ignorados, toman el control, cazando a los supervivientes del antiguo orden para sobrevivir. Esta transición en la estructura narrativa podría verse como una metáfora de la implosión del capitalismo y el ascenso de una sociedad sin jerarquías, pero lo que realmente se explora es el vacío que deja un sistema basado en la riqueza material.

El mensaje de esta segunda mitad es claro: cuando las élites caen, la estructura social completa empieza a desmoronarse, y aquellos que nunca tuvieron poder se ven obligados a enfrentarse a una nueva realidad. La película sugiere que, una vez que la capa superior desaparece, la enfermedad comienza a descender en la pirámide social, revelando la fragilidad de todo sistema basado en la acumulación de riqueza.

Una crítica feroz a la avaricia

Rich Flu no es sutil en su crítica social. Gaztelu-Urrutia utiliza el pretexto de la pandemia para subrayar la naturaleza destructiva del capitalismo, mostrando de manera descarnada de cómo las élites se aferran a su poder incluso en el borde del abismo. Sin embargo, esta crítica se vuelve aún más profunda en la segunda parte, cuando la narrativa casi minimalista sugiere que la verdadera riqueza no radica en lo material, sino en los lazos humanos y la capacidad de empatizar con los demás en las peores situaciones y los sacrificios que se está dispuesto a hacer.

Aquí entra en escena Mary Elizabeth Winstead, quien ofrece una actuación poderosa y multifacética. Su personaje es el eje sobre el que se articula el contraste entre el egoísmo de las clases altas y la solidaridad emergente de los desfavorecidos. La evolución de su rol a lo largo de la película refleja tanto la resistencia como la fragilidad humanas, y su interpretación subraya el mensaje central de la película: el egoísmo y la codicia no solo son inherentes a los ricos, sino que pueden permear todas las capas de la sociedad.

Una reflexión apocalíptica necesaria

A través de una narrativa dividida, Gaztelu-Urrutia nos obliga a mirar no solo las injusticias del mundo actual, sino a preguntarnos qué pasaría si el orden social que conocemos se desmoronara. ¿Realmente cambiaría algo? ¿O el ciclo de poder y opresión continuaría, simplemente cambiando de manos?

La película plantea una inquietante reflexión sobre la humanidad y nuestra relación con el dinero y el poder. El concepto del virus, que al principio parece una suerte de justicia poética dirigida hacia las élites, pronto revela que no hay un final fácil. Lo que comienza como un ajuste de cuentas para los ricos termina por abarcar a todos, demostrando que la avaricia y el egoísmo no son exclusivos de las clases altas.