Rebekah (Lucy Liu), su marido (Chris Sullivan) y sus hijos comienzan a experimentar fenómenos inexplicables tras mudarse a su nueva casa de las afueras. Las extrañas presencias que se manifiestan a su alrededor les harán cruzar la delgada línea entre la realidad y la percepción.

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La más reciente película de Steven Soderbergh, Presence, es una vuelta de tuerca al tradicional relato de espíritus y fantasmas, pero su propuesta no deja de ser una experiencia desafiante, aunque no siempre del modo más satisfactorio. No puedo negar que la película me ha sorprendido a varios niveles: emocionalmente, visualmente y hasta narrativamente, pero me ha dejado un regustillo agridulce al llegar a sus últimos minutos.

Uno de los elementos más impactantes de Presence es su estilo visual. El encuadre de la fotografía, una verdadera obra de arte, utiliza un gran angular que ofrece al espectador una perspectiva expansiva de 180 grados. Esta decisión estilística permite que cada plano esté repleto de detalles y que cada esquina del fotograma cuente. Como espectadores, estamos constantemente sumergidos en el entorno, sintiendo que somos parte del espacio y observando a los personajes desde una cercanía casi palpable.

Los colores y la fotografía también son dignos de aplauso. Soderbergh ha sabido capturar una gama emocional que va desde la calidez del hogar y la sensación de seguridad familiar, hasta la creciente sensación de fatalidad que recorre la cinta. Los tonos cálidos y suaves del principio se transforman gradualmente, acompañando el lento descenso de la narrativa hacia lo trágico y lo sobrenatural. El resultado es un trabajo estético que, por sí solo, ya transmite mucho más que las palabras: cada escena es un lienzo lleno de emociones complejas como el hogar, el calor familiar y, finalmente, la tristeza.

No obstante, aunque la película ofrece una propuesta innovadora en su explicación del mundo espiritual, su ritmo puede ser problemático. Soderbergh opta por una narrativa pausada, en la que el espectador se acostumbra tanto al día a día de la familia que, cuando finalmente ocurre la

La revelación sobre el aspecto espiritual, aunque intrigante, termina siendo más anecdótica que transformadora. El peso dramático del momento parece diluirse, en parte porque tarda demasiado en llegar, y en parte porque la cotidianidad previa nos ha absorbido tanto que la transición se siente casi como una interrupción.

En última instancia, Presence es una experiencia visual potente, con una ejecución técnica impecable y una estética cuidadísima. Si bien su propuesta no termina de cumplir del todo en el plano emocional o narrativo, es imposible negar el nivel de maestría detrás de la cámara. Soderbergh sigue siendo un director capaz de sorprendernos, aunque en este caso, quizás la sorpresa llega demasiado tarde.

Es una película que, al menos en términos visuales, deja huella, pero cuyo espíritu—por irónico que suene—quizás no logre traspasar del todo.